domingo, abril 25, 2010

Gracias, pero...

Jerónimo estaba sentado en su vieja poltrona, de su vieja casa, vestido con sus viejas ropas, pensando en nada, mientras se tocaba su larga y blanca barba. La soledad y la carencia de todo le habían arrastrado a un estado de embriaguez permanente, a una realidad muy especial. Las paredes de la casa se cubrían de fotos en blanco y negro, testigos de una época en la que su vida había sido normal. En esas fotos había niños, mujeres sonriendo, cenas de navidad…

Jerónimo se levantó de la poltrona, tambaleando se acercó a la ventana donde tenía enganchado, entre el cristal y la madera carcomida una carta del ayuntamiento:

“Dispone usted de 6 meses para rehabilitar su vivienda realizando las obras pertinentes, caso contrario el ayuntamiento emitirá un orden de desalojo que deberá hacerse efectiva en el periodo de 1 semana.”

Tomó la carta entre las manos y suspiró. La tiró al suelo, sin rabia. Cogió papel y un bolígrafo de un cajón y sentado a la mesa de la cocina empezó a escribir, despacio y mientras se tomaba una botella de cerveza:

“Estimado Dios, jamás te pedí nada, acepté la vida como me la fuiste entregando, es cierto que a veces estropeé tus planes, pero nunca te maldije y nunca te pedí más. Estoy solo y abandonado, pero no estoy del todo mal, porque tengo esta casa donde me escondo del mundo, aquí nadie me molesta, nadie me pide explicaciones.

Lo que ocurre es que ahora el ayuntamiento dice que mi casa no tiene condiciones de habitabilidad y si no hago obra en los próximos 6 meses, me desalojan. A lo mejor me quedo en la calle, o me meten en algún quinto piso de ventanas pequeñas donde no podré respirar y donde me controlaran todo el rato.

Por primera vez te pido algo, respetado Dios. Necesito dinero para la obra: diez mil euros, estimo yo, si no te parece mal.

Aguardo tu respuesta.
Un saludo,
Jerónimo Matías”

Dobló el papel escrito y lo introdujo en un sobre medio roto que había llegado hacía semanas con la cuenta de la luz. Tachó las letras que tenía escritas y registró su dirección postal. En el rincón inferior derecho del sobre escribió: Para Dios.

Salió de casa entusiasmado y depositó la carta en la oficina de correos, sin sello y sin hablar con nadie. Volvió a casa.

En la oficina de correos todos se rieron a carcajadas cuando se encontraron con la carta. Por supuesto la abrieron y se burlaron del vecino Jerónimo y ante la imposibilidad de entregarla al destinatario la colgaron en el panel de anuncios.

Pero días más tarde, el director de la oficina cambió su perspectiva frente a esta ocurrencia y decidió hacer algo para ayudar a Jerónimo. A través de reuniones y llamadas de teléfono consiguió la movilización a nivel de las oficinas de correos de la provincia para la recaudación de dinero para entregar a Jerónimo. Todos se mostraron bastante solidarios y al cabo de 2 meses habían conseguido juntar ocho mil euros. Satisfechos con el logro enviaron a casa de Jerónimo un sobre con un cheque con la abultada cuantía. Acompañando el cheque una frase sencilla: “Aquí tienes lo que me pediste, utilízalo bien. Firmado, Dios.”

Cuando Jerónimo abrió el sobre sonrió y lo celebró con una botella de vino. Al día siguiente volvió a enviar una carta a Dios:

“Muchas gracias estimado Dios, nunca dudé de tu generosidad. El dinero que me enviaste me será de grande utilidad. Pero hay algo que debes saber, esos ladrones de los funcionarios de correos se quedaron con 2 mil de los 10 mil euros que me enviaste. Tu verás que hacer con ellos...

Un saludo,
Jerónimo Matías”

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